Descripción o resumen: La persona que muere de forma violenta no tiene por qué ser, necesariamente, motivo de lástima. Como ocurre en la vida real, esa víctima puede ser decididamente antipática, sin que por ello pueda justificarse su óbito. No se puede ir por la vida matando a los que te caen mal. La convivencia resultaría sumamente peligrosa. Porque, además, podría darse la circunstancia de que fueses tú quien caiga mal al otro y tampoco se puede estar a merced del paranoico de turno para comprobar si tiene buena química contigo o, como dicen los que saben, buen filing. Esa situación no puede llegar a darse y, por esa razón, una sociedad bien organizada necesita de un autor material al que detener y castigar. Si, además, resulta ser el verdadero homicida, mucho mejor. Pero también sirve el presunto, al margen de que sea culpable o no. No puede aceptarse un crimen huérfano de padre y madre. En el caso que nos ocupa, el crimen principal que en la novela se relata, queda un tanto diluido en el tráfago de personajes que desfilan apresurados y hasta frenéticos, unos en cenáculos literarios, otros en círculos carcelarios, políticos, judiciales o bancarios. Ellos se toman muy en serio su rol, pero en el fondo, aunque no lo sepan, son simples caricaturas a las que, como en el sino de algunas tragedias griegas, les une un final compartido, no deseado ni especialmente glorioso.